La técnica como práctica sociocultural e histórica y su interacción
con la naturaleza
Pero cómo va a «culturizar» el técnico a la sociedad si él mismo –el ingeniero, el arquitecto– es un «bárbaro especializado»? La historia de la técnica pone de manifiesto la relación, hoy un tanto olvidada, entre las actividades de carácter técnico y los demás aspectos de la vida humana. El autor propone desde la especialización «humanizar» la tecnología como elemento indispensable para avanzar en una sociedad atomizada.
Conocer y comprender la tecnología
Las técnicas utilizadas por el hombre para resolver su vida material (sobrevivir, alimentarse, cobijarse, vestirse...) constituyen una parte esencial del patrimonio de la especie, desde la época de la hominización. Sin embargo, tan sólo hoy día es cuando parece evidente que el impacto de la tecnología sobre la sociedad es una de las características más significativas de los tiempos en que vivimos. Este impacto es masivo y controvertido en las sociedades capitalistas más desarrolladas, y tiene unas connotaciones contradictorias en los países en vías de desarrollo.
La tecnología aparece hoy en un primer plano, como centro de unos debates en los que muchas veces se discute acerca de las técnicas, cuando lo que habría que hacer es discutir acerca de políticas. La tecnología no es una variable independiente que determina a todas las demás, sino que en cada problema suelen existir diversas soluciones técnicas, entre las cuales hay que optar a la luz de cuestiones económicas, sociales, culturales o ideológicas.
En la historia, la cultura de la técnica ha impregnado todos los aspectos de la vida humana, pero ha estado intelectualmente subordinada a la cultura humanístico-literaria o a la cultura científica, en un movimiento por inercia cuyo impulso original procede (por lo menos) de la Metafísica de Aristóteles. En los albores del siglo xxi, la situación es bien distinta, aunque, por otros motivos, insatisfactoria.
La tecnología ha penetrado con fuerza en todos los niveles del sistema educativo obligatorio, y en particular en el universitario, donde la demanda de estudios técnicos se mantiene en alza, pese a la caída de la natalidad, lo cual refleja la percepción social de que las profesiones técnicas tienen un lugar respetable en el mercado de trabajo.
Pero esta misma sociedad, que orienta a sus hijos hacia las profesiones técnicas y que utiliza masivamente artefactos y procesos cada vez más complejos, adopta mayoritariamente, en relación con la técnica, una actitud distante y recelosa, cuando no de temor. El ciudadano que usa pero no comprende la tecnología abdica muchas veces de sus responsabilidades, delegando en el «experto» o en el «tecnócrata» la capacidad de decisión en aquellos asuntos de fuerte contenido tecnológico, que en la actualidad son prácticamente todos.
La universidad –y en particular, la universidad politécnica– que contribuye al progreso de nuestra sociedad proporcionándole conocimientos, procedimientos y personas técnicamente competentes, está moralmente obligada a hacer algo más: en primer lugar, a hacer asequible al ciudadano medio los conocimientos técnicos necesarios para que pueda intervenir con conocimiento de causa en aquellos asuntos en los que media alguna cuestión de carácter tecnológico [control democrático de la tecnología]. En segundo lugar, a poner de manifiesto la dimensión cultural de la tecnología, us ideales y sus valores, así como los peligros que comporta su desarrollo desligado de los intereses sociales y humanos de la mayoría.
Unidimensionalidad de la formación tecnológica
¿Pero cómo va a «culturizar» el técnico a la sociedad si él mismo –el ingeniero, el arquitecto– es un «bárbaro especializado»? No puede pensarse en transmitir a la sociedad los conocimientos y los valores propios de la cultura de la técnica, si el propio especialista en tecnología carece de esa necesaria visión integrada de las implicaciones culturales de la técnica.
El incremento exponencial del conocimiento técnico-científico ha dado lugar a que las carreras técnicas sean excesivamente largas y que los planes de estudio estén muy sobrecargados. Los estudiantes disponen de muy pocos momentos para reflexionar globalmente, y se ven por ello prácticamente obligados a atiborrarse de conocimientos y técnicas concretas, que muy pronto deben olvidar para dejar hueco a los siguientes. Esto imprime a sus estudios –y, por tanto, a su vida académica– una cierta aridez, una marcada unidimensionalidad y, en definitiva, un «déficit de humanidad».
Sin embargo, la historia de la técnica pone de manifiesto las influencias recíprocas que siempre han tenido lugar entre las actividades de carácter técnico y los demás aspectos de la vida humana (sociales, económicos, políticos, ideológicos, culturales...). Es evidente que en nuestra época esas influencias son más fuertes que nunca. Por ello, la educación de los futuros técnicos no puede limitarse estrictamente a las asignaturas científicas y tecnológicas, sino que debe comprender otros aspectos que le permitan adquirir una formación equilibrada y pluridisciplinaria. Como se dijo hace algunos años en un simposio organizado por la UNESCO, dedicado monográficamente a la formación integral de los ingenieros, «el ingeniero de hoy y de mañana tiene una influencia tan omnipresente sobre el bienestar del hombre, e incluso de su supervivencia y sobre la viabilidad propiamente dicha de nuestro planeta, que los elementos culturales y sociales deben estar en la base de su juicio profesional, al lado de los elementos tradicionales como la física y las matemáticas».
Pero los extensos programas de las asignaturas científico-técnicas y las excesivamente largas jornadas de clase hacen muy difícil que este déficit cultural sea enjugado individualmente fuera de nuestras aulas por el agobiado estudiante, deseoso de evasión y no de obligaciones y de estudios suplementarios. Así que es obligado traer al interior de los planes de estudio esos elementos formativos, esos gérmenes de inquietud intelectual que deben estimular a nuestros estudiantes a abrir otras ventanas, a ampliar su perspectiva cultural y completar equilibradamente su educación profesional.
Las dificultades aparecen a la hora de elegir adecuadamente estos catalizadores culturales, esas materias no estrictamente tecnológicas que deben incluirse en los planes de estudio. Una primera tentación consiste en intentar compensar ese déficit en humanidades mediante la importación de algunas materias que se imparten en las facultades universitarias: lengua, literatura, historia, economía, derecho..., es decir, materias relativamente distantes de las propias de la carrera. Esta línea de superación no ha dado resultados completos, pues los estudiantes no han aceptado del todo estas asignaturas, que han quedado así reducidas a una inyección artificial de materias vistas como muy diferentes de las propias.
No podía ser de otro modo, en el estado actual en que se encuentra el progreso del conocimiento. La especialización de los saberes es un proceso necesario e irreversible, que ha llevado a las ciencias, a las técnicas y a las artes al elevado nivel en que hoy se encuentran. La integración cultural no podrá hacerse ignorando o combatiendo esa especialización, sino, por el contrario, tomándola como dato ineluctable e incluso como punto de partida de ese proceso de expansión intelectual: desde la especialización, y no contra ella. Los estudios del especialista (en este caso, del futuro ingeniero o arquitecto) deben ser el núcleo alrededor del cual se agrupen otros estudios relacionados con ellos, logrando de este modo captar a la tecnología en su totalidad. Sólo así podrá trascenderse la unidimensionalidad del saber especializado: tomándolo como punto de partida de la recomposición cultural.
Uno de los campos que, a nuestro juicio, mejor se presta a hacer de núcleo aglutinador de conocimientos interdisciplinarios, y el más adecuado para una universidad politécnica, es la historia de la ciencia y de la técnica. Nada más natural que el futuro tecnólogo conozca la historia de sus disciplinas específicas, y nada más fecundo para los fines deseados que la aprehensión de unos conocimientos en los que confluyen la ciencia, la técnica, la sociedad, la cultura, las ideas, etc.